Via Crucis

Reunión presinodal de los jóvenes

Meditación conclusiva del prefecto Kevin Farrell
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Queridísimos jóvenes,

Esta tarde hemos recorrido el doloroso camino hacia la muerte en la cruz que Jesús vivió en las últimas horas de su vida terrena.

Y hemos meditado sobre el dolor humano que marca la existencia de tantos de nuestros hermanos y hermanas, especialmente jóvenes. Este es un dolor que a menudo no queremos ver. Ante tanto sufrimiento humano, a menudo volvemos la mirada hacia otro lado, porque no queremos ser molestados en nuestra tranquilidad. Mirar el sufrimiento a la cara nos obliga a salir de nuestra rutina y a pensar más profundamente en lo que realmente cuenta en la vida.

Frente a un niño vendido como esclavo, a una mujer inocente víctima de la violencia, frente a familias enteras destruidas por la guerra, frente a jóvenes devastados por las adicciones, frente a todo esto, y mucho más, todos nos estremecemos en lo más profundo y empezamos a escuchar una voz que viene de dentro, y que nos pregunta: “¿Qué es realmente importante en la vida? ¿Cómo estás viviendo? ¿Para quién? ¿Para qué?” “¿Todo el propósito de tu existencia consiste en comprar una nueva chaqueta, o nuevos zapatos, o un nuevo teléfono? ¿Vives esperando sólo la próxima noche de diversión del fin de semana?».

Esta voz del alma, despertada por el grito del dolor inocente, nos desafía y nos pregunta: “¿Y si en vez de perderte en cosas de poco valor, vivieses tu vida como un don para los demás? ¿Y si tus dones, tus energías, tu tiempo lo gastases para hacer la vida de los demás más hermosa y más feliz? Y si dejases de preocuparte sólo por ti mismo, por tu estado de ánimo, por tu apariencia física y empezases a mirar con ojos compasivos a tantos de tus amigos que están sufriendo? Aquellos de tus amigos que sufren de soledad, de falta de compañía y afecto humano, de la pobreza material y espiritual en la que se ven obligados a vivir”.

Esta es la gracia que recibimos al mirar con valentía el dolor humano. La práctica del Vía Crucis probablemente no sea familiar para muchos de vosotros. La primera reacción que os suscita es quizás la indiferencia, o incluso la contrariedad. Alguno se habrá preguntado: “¿Por qué debemos pensar en el dolor de Cristo y en el dolor en el mundo? Este encuentro personal con el dolor de Cristo y con el dolor de los hombres es muy útil ¡sobre todo para nosotros mismos! El grito de sufrimiento de nuestros hermanos, de hecho, cuestiona nuestro estilo de vida distraído y enterrado en los gestos y palabras vacías de nuestra rutina cotidiana. Nos interroga. Nos impulsa a buscar lo que es verdaderamente esencial en nuestra vida y lo que la hace plena y fructífera.

Esto es exactamente lo que Jesucristo ha hecho. El Hijo de Dios no ha vuelto la cabeza hacia el otro lado, no se ha quedado quieto y tranquilo en la felicidad de su existencia divina, sino que ha mirado con compasión el dolor humano. Y ha elegido voluntariamente tomar sobre sí el mal, físico y espiritual, que aflige a todos los hombres.

El verdadero prodigio que se ha realizado en la pasión de Cristo es que Él ha unido todo el peso del pecado y todo este sufrimiento humano al amor divino que llena su persona. Y, después de su resurrección, esta misteriosa unión entre el sufrimiento humano y el amor divino se ha transformado en una fuente de gracia para todos nosotros.

En efecto, después de la muerte y resurrección del Hijo de Dios, cada persona que sufre puede experimentar la cercanía y el amor de Cristo en su dolor, porque ese dolor, desde aquel momento, está “habitado” por Cristo. Jesús, en un cierto sentido, ha tomado y ha “colmado” con su presencia divina todo dolor humano. Así pues, todo dolor humano, como el dolor de Cristo, tiene un cierto valor de salvación para sí mismo y para el mundo entero. Muchos santos han dicho que el mundo es mantenido y preservado de la destrucción total precisamente por el sufrimiento de los más pequeños, porque en ellos Cristo continúa sufriendo, intercediendo por el mundo y derramando sobre él la misericordia y el perdón de Dios. Este es uno de los frutos de la Encarnación. Cristo, en un cierto sentido, “se ha encarnado” en cada dolor humano. Toda persona que sufre puede sentir a Jesús realmente cerca de él. ¡El sufrimiento ya no está vacío! El sufrimiento puede convertirse en una oportunidad de encuentro con el Salvador y de intercesión por el mundo entero.

Queridos jóvenes, mirando a Jesús crucificado, esta tarde pedimos la gracia de ser tocados, también nosotros, por el amor de Cristo que no nos ha abandonado en nuestras miserias y en nuestros pecados, sino que nos ha dado el perdón y restituido la esperanza, ofreciendo su vida por nosotros.

Pidamos también la gracia de ser tocados por el dolor que vemos en tantos de nuestros hermanos y hermanas para que esto nos lleve a ser compasivos con todos y nos impulse a dar nuestras vidas generosamente aliviando los sufrimientos de los demás. Finalmente, pidamos, en nuestra oración, una gracia especial para todos los que hoy están oprimidos por el dolor, para que en estos momentos de prueba puedan experimentar la cercanía y el consuelo del Hijo de Dios, humilde siervo sufriente, que se hace cercano a cada mujer, a cada hombre, a cada joven, a cada niño que se encuentra en la aflicción, ofreciéndole consuelo espiritual, fuerza interior, luz y esperanza en la recompensa eterna.

Amén.

(23 de marzo de 2018)

 

30 de marzo de 2018