Navidad 2023

Navidad 2023: silencio, sobriedad y escucha

Una meditación para la Santa Navidad por el Prefecto del Dicasterio, Card. Farrell
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Queridos amigos:

         hace unos días, el Santo Padre nos dirigió una invitación: «Valoremos el silencio, la sobriedad y la escucha. Que María, Virgen del silencio, nos ayude a amar el desierto, para convertirnos en voces creíbles que anuncian su Hijo que viene» (Ángelus, 10 de diciembre de 2023). Con estas sencillas palabras, quisiera acoger la invitación del Papa y tomar, con vosotros, un momento de pausa y de silencio para meditar sobre la Navidad, para prepararnos a vivirla dignamente, para devolver sentido y profundidad a nuestra fe y convertirnos así, también nosotros, en “voces creíbles que anuncian a su Hijo”.

¡La Navidad - el nacimiento del Salvador - es el comienzo de nuestra redención!

         Mirando a nuestro alrededor en estos días, podemos ver que casi en ninguna parte encontramos silencio, sobriedad, escucha. Al contrario, cada año parece repetirse lo que sucedió en el momento del nacimiento histórico de Jesús: el Salvador, el Mesías anunciado por los profetas, nació en Belén, pero los hombres no se dieron cuenta, no lo reconocieron y no lo acogieron. Lo mismo ocurre hoy: se celebra la Navidad, pero casi nadie es consciente de la presencia de Jesús entre nosotros. El sentido religioso de esta celebración parece perderse. El misterio de la Encarnación parece carecer de importancia, deja indiferente a la mayoría de los hombres.

Para nosotros, los cristianos, ¡no puede ser así! No podemos permitir que la indiferencia general, la distracción, la dispersión y el frenesí del mundo, absorto en celebraciones vacías y superficiales, penetren también en nuestras almas. Para nosotros, la Navidad -el nacimiento del Salvador- es el comienzo de nuestra redención. Es un acontecimiento que ha cambiado para siempre nuestra vida y la del mundo entero.

La Encarnación: la absoluta gratuidad de la salvación

         Desde el primer anuncio del nacimiento de Jesús, con la aparición del ángel Gabriel a la Virgen María, nos encontramos ante un aspecto central del misterio de la Encarnación: la absoluta gratuidad de la salvación. En la liturgia de Adviento, la Anunciación se sitúa en paralelo con la visita del profeta Isaías al rey Acaz, invitado a pedir un signo de esperanza en la difícil situación que atravesaba (cf. Is 7,10-17). Pero en aquella ocasión, con pretextos religiosos hipócritas, el rey se negó a pedir una señal. Sin embargo, a pesar de la mala voluntad humana, Dios hace una promesa: «Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel» (Is 7,14). El hombre sigue obstinadamente sus propios planes mezquinos de salvación; sin embargo, Dios, rico en compasión, acude en su ayuda dándole la verdadera salvación, que supera todas las expectativas humanas. El misterioso anuncio de Isaías de un “hijo-Emmanuel” se cumplió con el nacimiento de Jesús: la Virgen María dio a luz a Jesús, el Hijo del Altísimo, Aquel que es verdaderamente el Emmanuel, la presencia viva de Dios con nosotros. Además, en el episodio de la Anunciación el aspecto de la gratuidad aparece en primer plano en la expresión “llena de gracia”: en la lengua original, literalmente, significa “la que ha sido colmada de gracia”. Es Dios quien ha actuado, quien ha llenado de gracia el alma de María, y quien a través de ella nos ha dado al Salvador, de un modo totalmente inesperado e impensable.

La celebración de la Navidad nos deja claro a todos que Dios nos ofrece siempre a su Hijo como Salvador, y lo hace de forma totalmente gratuita, aunque nosotros, como el rey Ajaz, seamos indiferentes a su venida. Debemos admitir, en efecto, que en todas las épocas los hombres no reconocen su necesidad de salvación. En nuestros días, por ejemplo, vemos crecer por doquier la violencia, incluso en las familias y en las relaciones afectivas más estrechas, asistimos a la multiplicación de las guerras, tomamos conciencia del desconcierto y del desánimo de tantas personas, vemos las dolorosas consecuencias de los vicios y de todo desorden moral que lleva a la ruina a tantas existencias. Sin embargo, a pesar de todo esto, vemos también que los hombres no anhelan un Salvador, no esperan a alguien que pueda renovar sus vidas. Casi parece como si no quisieran ser curados, no quisieran ser sanados, redimidos. Bastaría abrir los ojos para mirar la realidad del hombre y lo que nos rodea para elevar un grito de auxilio a Dios, una invocación de salvación a Aquel que nos ha creado. Pero ¡pocos lo hacen!

Como Maria: necesitamos una ayuda, un renacimiento, una gracia

Ante este endurecimiento del corazón, que también puede llegarnos a nosotros, nos ayuda el ejemplo de la Virgen María. Cuando recibe el anuncio del ángel, María no muestra orgullo, no responde como el rey Acaz, que no necesita nada. En cambio, escucha con humildad, comprende que en ese momento Dios se hace cercano a todos los hombres, que ha mirado con misericordia su pobreza y, por tanto, acepta la iniciativa de Dios sin pretensiones personales, excepto la de hacerse “servidora” de los maravillosos planes de Dios: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1, 38).

Queridos amigos, también hoy, al mirar a María y prepararnos para la Navidad, se nos invita a reconocer que necesitamos un Salvador. Necesitamos una ayuda, un renacimiento, una gracia que no procede de nosotros, sino que viene “de lo alto”.

 

Jesús es Dios hecho hombre que nos enseña cuáles son los verdaderos valores de la vida - la misericordia, el perdón, la caridad

¿Cómo ocurre esto? Los sacramentos de la Iglesia nos comunican la gracia que viene “de lo alto”, nos hacen partícipes de la naturaleza divina, nos dan el Espíritu Santo. Y cuando, al igual que María, recibimos estos dones de salvación, todo se transforma.

La existencia humana está siempre amenazada por el dolor, por la incertidumbre del futuro y por la pérdida de motivación para vivir. Pero cuando uno acepta a Cristo Salvador, esta existencia se convierte en un camino gozoso hacia la eternidad, lleno de sentido y rico en bondad, incluso en medio de las pruebas.

La relación entre el hombre y la mujer siempre está amenazada por incomprensiones e injusticias. Pero cuando se acoge al Salvador, se convierte en un lugar de aceptación y apoyo mutuo, de amor incondicional y de enriquecimiento recíproco.

La convivencia entre los hombres y entre los pueblos está siempre amenazada por intereses egoístas, prevaricaciones e injusticias, pero cuando se acoge a Cristo Salvador, se hace más pacífica, más humana, más fraterna.

La Encarnación es verdaderamente el comienzo de una vida nueva. Dios Padre, al enviar a su Hijo, nos ofrece la posibilidad de no permanecer abandonados y prisioneros de nuestra miseria. Jesús es Dios hecho hombre que nos enseña cuáles son los verdaderos valores de la vida -la misericordia, el perdón, la caridad- y nos da la fuerza para ponerlos en práctica.

Reconocer a Jesús como nuestro Salvador y acogerlo en nuestras vidas sin resistencia

Reunidos en torno al Belén, en la intimidad de nuestras familias, en el recogimiento de nuestras iglesias, pidamos a la Virgen María la humildad y la sabiduría para reconocer a Jesús como nuestro Salvador y acogerlo en nuestras vidas sin resistencia. Que esta Navidad nos haga crecer en la fe hacia Dios y en la caridad hacia todos, especialmente hacia los más afectados por el dolor y la necesidad.

¡Feliz Navidad a todos!

22 de diciembre de 2023