Ischia

Un testimonio que no permanecerá bajo los escombros

La vida de Lina Balestrieri, destrozada por el terremoto, deja un luminoso ejemplo de dedicación a las familias y a los más débiles
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Sencilla y conmovedora es la historia personal de Lina Balestrieri, fallecida a los 59 años a causa del terremoto del 21 de agosto, que tuvo lugar en el pueblo de Casamicciola en Ischia. Sucumbió bajo los escombros al derrumbarse la cornisa de la iglesia de Santa María del Sufragio. Tenía la Biblia bajo el brazo, y estaba cerca de su esposo, mientras se dirigía hacia el lugar donde había quedado con los hermanos de la comunidad, de la que formaba parte, para preparar la Liturgia de la Palabra semanal de la parroquia. Es así como queremos recordarla, dando testimonio de esposa y madre cristiana, al servicio de las familias y de la vida.

Como recordó Mons. Lagnese, obispo de Ischia, Lina era miembro del consejo pastoral diocesano, había acogido en su familia numerosa a niños discapacitados, y era una mujer que continuamente se daba a sí misma para hacer el bien a la gente de la isla.

Una grave crisis en los primeros años de su matrimonio la llevó a rechazar la vida cristiana. Pero fue justamente en ese momento cuando, aconsejada por un sacerdote, Lina comenzó a profundizar su fe, tratando de encontrar en una relación más profunda con el Señor la respuesta a sus muchas dudas e incertidumbres. De esta manera comenzó su experiencia comunitaria en el Camino Neocatecumenal. Gracias al Camino surgió en ella el gran deseo de tener una familia numerosa formada también por niños que habían experimentado el mismo sufrimiento que tuvo ella en su niñez al quedarse huérfana de madre a los tres años.

Así es como nació “la Lina” que muchos han conocido. Generosa en abrirse a la vida, acogiendo a los cuatro hijos nacidos de su unión con su esposo Antonio, y adoptando otras dos niños minusválidos, que con inmensa dedicación había acogido en su familia. De su autentica y sincera conversión personal, y del sufrimiento de su experiencia conyugal inicial, nació su gran dedicación a las familias jóvenes, especialmente a aquellas con problemas. De ahí su ilimitada generosidad para ponerse al servicio de la evangelización y de las catequesis en varias parroquias de la isla. Su casa, aun siendo de modestas dimensiones, siempre estaba llena, especialmente el domingo, consiguiendo siempre que todos se sintieran como en su casa.

“Cuando terminamos de recitar el Rosario – cuenta su esposo Antonio - con la Palabra de Dios en la mano estábamos listos para ir a preparar una nueva celebración de la Palabra en casa de los hermanos de la comunidad. De repente, la tierra tembló, una pared de la iglesia se derrumbó y experimenté dramáticamente las palabras del Evangelio: “uno será tomado, y otro será dejado”. El tren de nuestras vidas parte de nuevo lleno de regalos y destinos con un pasajero de menos pero con una guía segura desde el cielo”.

 

25 de agosto de 2017