Humanae Vitae

Don muy valioso para la Iglesia y para el mundo

Reflexiones de don Roberto Colombo y de mons. Semeraro en el 50° aniversario de la encíclica sobre el amor conyugal
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“Un don muy valioso que el beato Pablo VI hizo a la Iglesia y al mundo: una luz que ilumina la verdad del amor humano, aquella verdad ‘completa’ que la Biblia, desde los primeros capítulos del Génesis, ha revelado a la mujer y al hombre, vinculando el amor nupcial a la generación de la vida de cada uno de nosotros de acuerdo a los ritmos de la fertilidad que Dios ha inscrito en el cuerpo femenino". Estas fueron las palabras  de Don Roberto Colombo, miembro ordinario de la Pontificia Academia para la Vida y profesor de la Facultad de Medicina y cirugía de la Universidad Católica del Sagrado corazón de Roma, recordando el 50 aniversario de la encíclica Humanae vitae, publicada el 29 de julio de 1968.
"Humanae Vitae - continúa don Colombo - no sólo ha marcado el progreso en la verdad del amor de las parejas casadas en su vida como esposos y padres, sino que ha anticipado proféticamente y preparado teológicamente el juicio antropológico y ético del creyente en lo que se refiere a las intervenciones biotecnológicas que se anteponen a la unidad del acto de amor y del acto de la procreación". Pablo VI era muy consciente del carácter "revolucionario" de la moral cristiana, como nos recuerda monseñor Marcello Semeraro, Secretario del Consejo de los cardenales en una intervención. El Papa en su discurso ante la ONU del 4 de octubre de 1965, dijo: "Respetar la vida, incluso en lo que concierne el gran problema de la tasa de natalidad debe tener aquí su más alta profesión y su defensa más razonable: tenéis que procurar que el pan para la mesa de la humanidad sea lo suficientemente abundante; no hay que favorecer un control de la natalidad artificial, que sería irracional, disminuir el número de invitados en el banquete de la vida".
Casi tres años después, en la Humanae Vitae se repitió que la solución del problema demográfico se encuentra en una "cuidadosa política familiar y una sabia educación de los pueblos, que respete la ley moral y la libertad de los ciudadanos" (n. 23).
Cincuenta años después de su publicación, mons. Semeraro escribe, "todavía nos enfrentamos con lo que podría considerarse su punto nodal; lo que -como a menudo repitieron san Juan Pablo II y Benedicto XVI- puede llamarse 'profético’”. Lo encontramos en el n. 9 de la encíclica, donde Pablo VI destaca las notas y las exigencias que caracterizan el amor conyugal.

Vale la pena hacer referencia a estos cuatro puntos: “Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana. Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí.  Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo matrimonial. Fidelidad que a veces puede resultar difícil pero que siempre es posible, noble y meritoria; nadie puede negarlo […] Es, por fin, un amor fecundo, que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas”. 

27 de julio de 2018