Coronavirus

Mensaje a los laicos y a las familias

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Queridos hermanos y hermanas,

la vida que Dios nos ha dado, fundamento de cualquier otro bien, es preciosa y frágil al mismo tiempo. Experimentamos esta riqueza y estos límites cada día, pero especialmente cuando la vida está expuesta a una amenaza que afecta a las dimensiones espirituales y corporales, individuales y sociales. En estos momentos vemos que una sombra se eleva en el horizonte y oculta algo del reflejo de la luz divina que brilla en nuestras vidas. El miedo a caer en el peligro nos asalta y nuestros corazones están inquietos. Pero ¿cómo podemos olvidar las palabras de Jesús? Él mismo nos tranquiliza diciendo: "Ni un solo pajarillo cae en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; ¡vosotros valéis más que muchos pajarillos!” (Mt 10, 29b-31).

            La vida del hombre tiene mucho valor a los ojos de Dios. Si, en ciertas circunstancias, algo está amenazando la salud y la vida misma de muchos hombres, y quizás incluso nuestra propia vida, no debemos sentirnos solos ante este enemigo. Es lo que está sucediendo en estos meses, en los que un nuevo virus se está propagando en muchas partes del mundo, capaz de infectar grupos y poblaciones enteras muy rápidamente, causando una enfermedad contagiosa llamada Covid-19. En muchas personas causa dolencias menores, mientras que en otras causa sufrimientos más graves y, en un número muy limitado de casos, puede incluso provocar la muerte.

            Todos estamos llamados a hacer frente a esta emergencia sanitaria internacional con seriedad, serenidad y coraje, estando, al mismo tiempo, disponibles a algunos sacrificios en nuestra vida cotidiana para el bien común: nuestro propio bien y el de todos. Cada uno está llamado a hacer su parte, pero no estamos solos: tenemos la protección de Dios, que vela por cada uno de nosotros con su amor de Padre, y de los hombres y mujeres que comparten con nosotros el camino de la vida y la solidaridad en el tiempo presente y venidero. También la Iglesia quiere estar cerca de cada enfermo de Covid-19, de su familia y amigos, del personal sanitario y de la asistencia pública que lo atiende, y de los investigadores que buscan un remedio para esta enfermedad.

            Como Dicasterio designado por el Santo Padre para el cuidado de la pastoral de los laicos, de la familia y de la vida, queremos manifestar - en este difícil momento - a los afectados por el Covid-19 o que se sienten amenazados por esta infección viral, nuestra cercanía, nuestro afecto y nuestra oración por ellos. A los laicos que trabajan como médicos, enfermeros, socorristas e investigadores científicos, comprometidos para aliviar el sufrimiento y la ansiedad causados por este contagio y para descubrir formas eficaces de tratamiento para esta enfermedad, les damos las gracias por la generosidad de su dedicación y los animamos a emplear todas sus energías y mejores talentos intelectuales, que Dios les ha dado, en esta buena causa.

            Queremos transmitir nuestro afecto a las familias, que están llamadas, con amor y un gran sentido de la responsabilidad, a encargarse de acompañar a sus miembros afectados por el Covid-19 o a cuidar a los ancianos que no pueden salir de casa por el riesgo de contagio, a los más débiles por otra enfermedad ya en curso, y a los niños que tienen que quedarse en casa por motivos sanitarios. Se trata de una tarea onerosa, especialmente para las familias que viven en lugares del mundo pobres de recursos económicos y asistencia social, pero también para aquellas en las que el marido, la mujer u otros miembros de la familia corren el riesgo de perder sus empleos debido a las consecuencias de la epidemia en la producción, el comercio, el transporte, la educación y otras actividades civiles.

En estas difíciles circunstancias, la comunión de amor entre los cónyuges y entre padres e hijos es un recurso muy valioso para toda la sociedad y para cada persona que corre el riesgo de experimentar la soledad. La soledad es un mal para la persona que, en el caso del peligro de contraer una enfermedad, se añade al mal físico causado por la patología. “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18): la sabia previdencia de Dios Creador al pensar en la relación conyugal entre el hombre y la mujer despliega toda su verdad incluso en la situación provocada por la propagación de una infección paralizante para los afectados y para las relaciones sociales entre todos los ciudadanos. En verdad, en estas circunstancias, la familia puede convertirse en un recurso, una fuerza impulsora y difusora del sentido de responsabilidad de cada persona, de la solidaridad, de la fortaleza y la prudencia, del compartir y de la ayuda mutua en las tribulaciones.

            El Dicasterio se une al Papa Francisco, que expresa su “cercanía a los enfermos de coronavirus y a los agentes sanitarios que los atienden, así como a las autoridades civiles y a todos los que trabajan para asistir a los enfermos y detener el contagio” (Audiencia general, 26 de febrero de 2020), y os abraza a cada uno de vosotros, queridos laicos y familias, con el signo de la unidad y de la paz entre todos los hombres, el de la Cruz de nuestro Señor.

Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida

06 de marzo de 2020