Associaciones y Movimientos

Fortificar la fraternidad: la Renovación Carismática Católica en la zona del Golfo

Tres mil personas en los Emiratos Árabes Unidos para el quinto encuentro local de CHARIS
Photo: courtesy of www.charis.international

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La V Conferencia de la Renovación Carismática Católica organizada por el Servicio Nacional de la Comunión Charis de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) tuvo lugar del viernes 1 de diciembre al domingo 3, en Dubái. El encuentro, avalado por monseñor Paolo Martinelli, Vicario Apostólico de Arabia Meridional y monseñor Aldo Berardi, Vicario Apostólico de Arabia Septentrional, cuenta con la participación de más de tres mil personas procedentes de varios países de la zona: Omán, Bahréin, Kuwait, Qatar, Arabia Saudí, así como de los propios Emiratos Árabes.

Para la ocasión, el Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, el Cardenal Kevin Farrell, envió un mensaje sobre el tema “Sean santos, como yo soy santo” (1P 1,16): una breve meditación sobre la santidad de Dios entendida como relación, cercanía, misericordia, unidad en la diversidad.

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Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Saludo cordialmente a todos los que os habéis reunido en Dubái para participar en la Conferencia del Servicio de Renovación Carismática Católica del Golfo.

“Sean santos, porque yo soy santo” (1 Pe 1,16). De este versículo de la Primera Carta de Pedro extraigo algunas reflexiones como meditación para vuestro encuentro. Es una afirmación poderosa que ya encontramos en el Antiguo Testamento, en el libro del Levítico (Lev 11,44-45). Sus implicaciones son múltiples.

1. Cuando pensamos en la santidad de Dios, todos pensamos inmediatamente en su trascendencia, en su superioridad sobre las cosas terrenas, en su separación total del mal y de toda imperfección. Este es, sin duda, un aspecto presente en la “santidad de Dios”, del que deriva, ante todo, una exhortación moral: la de ser “santos”, es decir, separados del pecado, como Dios es “santo”, es decir, lleno de bondad y completamente libre del mal. Es la exhortación moral que encontramos en la misma Carta de Pedro en el versículo inmediatamente anterior: “No procedan de acuerdo con los malos deseos que tenían antes, mientras vivían en la ignorancia. Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta” (1 Pe 1,15). Los cristianos son criaturas nuevas, ya no están en aquella ceguera espiritual del pasado -llamada “ignorancia” por Pedro- que sólo suscitaba en ellos deseos terrenales y egoístas. Ahora son hombres y mujeres nuevos, renacidos de lo alto. Su espíritu está lleno de luz y “ve” todo con ojos nuevos: ve la verdad de Dios, la verdad del hombre, la verdad de la existencia. Por eso, los deseos de los bautizados ya no son sólo terrenales, sino que son deseos de bien, de justicia, de verdad, de fraternidad, de amor. Estoy seguro de que todos vosotros, gracias al “bautismo en el Espíritu”, habéis experimentado esta novedad de vida y la consiguiente renovación moral. Pero nunca es un proceso concluido de una vez para siempre. Siempre es necesario “sumergirse en el Espíritu” para no volver a caer en la ignorancia y en los deseos de la vida pasada, para seguir siendo hombres nuevos y renovarse día a día, creciendo en la vida de oración, en toda virtud y conformándose cada vez más a la santidad de Dios.

2. La dimensión moral, sin embargo, no es la única implicada en la llamada a conformarse a la santidad de Dios. En el Antiguo Testamento, Dios es llamado a menudo el “Santo de Israel”, como encontramos en el hermoso canto de júbilo del libro de Isaías: “¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!” (Is 12,6). Comprendemos así que la santidad de Dios no es sólo separación, trascendencia, lejanía, sino que es también “relación”. Dios es el “Santo de Israel”, el que eligió a un pueblo y lo hizo “su” pueblo. Dios eligió a un pueblo insignificante, esclavizado y oprimido, y lo hizo objeto de cuidados, de atención paterna y materna, y lo condujo a la libertad y a la paz. De ahí una segunda implicación en la invitación a ser santos como Dios es santo. Es la invitación dirigida a cada uno a hacerse prójimo del hermano, a entrar en una relación de cercanía, de cuidado, de amor con los demás, especialmente con los que sufren, con los que están oprimidos, con los que están esclavizados, no sólo en situaciones externas de opresión injusta, sino también con los que están esclavizados interiormente por el pecado, por el vicio, por la falta de esperanza y de sentido de la vida. En este sentido, “sed santos como yo soy santo” significa estar “cerca”, ser "prójimos" de los que os rodean, de los que encontráis en la familia, en el trabajo, en la vida cotidiana, y llevar la propia cercanía de Dios a todos, especialmente a los marcados por el sufrimiento.

3. Un tercer aspecto de la santidad de Dios se refiere a su naturaleza más profunda, a saber, su ser “Santísima Trinidad, un solo Dios”. Dios es el “Padre Santo” (Jn 17,11). Jesús mismo es “Santo” (Ap 3,7; 6,10), reconocido por Pedro (Jn 6,69) e incluso por los demonios como el “Santo de Dios” (Mc 1,24). El Espíritu prometido por el Hijo y enviado por el Padre es también “Santo” (Lc 11,13), dado a los hombres para santificar toda su vida y hacer de ellos un templo de Dios (1 Co 6,11.20). A partir del misterio de Dios como “Santísima Trinidad” llegamos a conocer otra dimensión contenida en la invitación “sean santos como yo soy santo”. Se trata de la llamada del hombre a realizar su vocación más profunda, la de ser “imagen y semejanza de Dios”. El hombre está llamado a ser imagen de Dios uno y trino y a revivir en sí mismo el misterio de la “Santidad Trinitaria”. Esto significa aspirar a revivir, en todos los ámbitos de la vida, el misterio de la unidad en la diversidad, de la perfecta comunión de espíritu, intenciones y deseos, afirmando plenamente la propia personalidad. Creo que este aspecto también os resulta familiar, pero siempre hay que recordarlo y profundizar en él. También en vuestros grupos estáis llamados a revivir la “Santidad Trinitaria”, que crea la mayor unión interior y, sin embargo, conserva, e incluso valoriza, lo que es propio de cada uno: su sensibilidad, sus dones, sus carismas. Unidos y, sin embargo, diferentes. Concordantes, pero siempre multiformes y originales. Cada uno con un carisma distinto, pero todos revestidos de la misma santidad que viene de Dios.

4. Hay un último aspecto que quisiera subrayar. Ya el Antiguo Testamento nos revela que la santidad de Dios se manifiesta plenamente en su amor por el pecador: “No daré libre curso al ardor de mi ira... Porque yo soy Dios, no un hombre: soy el Santo en medio de ti” (Os 11,9). Dios es santo porque no permanece prisionero del mal cometido por el hombre, no está cegado por el rencor y la ira, sino que es capaz de compasión, de perdón, de reconciliación. Esta es una dimensión profunda y conmovedora de la santidad de Dios. Desde esta última perspectiva, la exhortación a ser “santos como yo soy santo” adquiere un significado especial. Significa que también nosotros nos hacemos capaces de compasión, perdón y reconciliación. También vosotros, recordando siempre la “santidad compasiva” de Dios, que creo que habéis experimentado tantas veces, no dejéis que los sentimientos de resentimiento, de amargura por los defectos de los demás, de endurecimiento por las ofensas no perdonadas debiliten la unión espiritual en vuestros grupos. El Santo Padre Francisco nos exhorta a menudo a ser hombres de paz y de reconciliación, nos recuerda que es imposible vivir juntos sin perdón, en la familia, en la Iglesia, en la sociedad, en la comunidad internacional. Así también, en vuestra vida personal, en vuestros grupos de oración, en los ambientes sociales y laborales en los que os encontráis, sed instrumentos del perdón de Dios en todas partes, de su santidad llena de compasión por los pecadores, sed promotores de paz y de fraternidad en un mundo tan dividido por el odio, la violencia y la guerra.

Queridos hermanos, estoy seguro de que el Espíritu Santo llevará a cumplimiento en vosotros esta llamada a “ser santos como Dios es santo”. Confío los trabajos de vuestra Conferencia y toda la vasta obra de evangelización y misión de la Renovación Carismática Católica en los países del Golfo a la materna intercesión de la Virgen María, asegurándoos mi cercanía en la oración y mi bendición.

Kevin Card. Farrell

Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida

(traducción del original italiano)

01 de diciembre de 2023