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Tomó en serio al hombre, tomó en serio a Cristo

Una reflexión del cardenal Kevin Farrell sobre la contribución que don Luigi Giussani ha dado a la Iglesia y al mundo
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En el XX aniversario de la muerte de don Luigi Giussani, fundador de la  Fraternidad de Comunión y Liberación, la revista Huellas  acaba de publicar una reflexión del cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los laicos, la familia y la vida, sobre la contribución que don Giussani ha dado a la Iglesia y al mundo.

Reproducimos la reflexión en el original italiano y en traducciones al inglés, francés, español y portugués. 

 

Cuando se cumplen veinte años de su muerte, me han pedido una reflexión sobre la contribución que don Luigi Giussani ha dado a la Iglesia y al mundo. Sin aventurarme en sesudos análisis históricos, concentraré en un solo pensamiento todo lo que aflora en mí cuando pienso en su persona y en su obra. Lo formularía así: «Tomó en serio al hombre – tomó en serio a Cristo». 

Don Giussani recibió desde su juventud el don de una marcada sensibilidad humana, existencial y diría también filosófica para captar la profundidad del alma humana. Supo captar la grandeza de las aspiraciones del corazón humano, presentes en todos y cada uno, y las sacó a la luz, las hizo objeto de reflexión, habló de ellas con admiración, estupor y respeto. Muchos jóvenes, escuchándolo, tomaron conciencia de sí, conocieron mejor su propio mundo interior, la grandeza de su corazón. Tal vez nunca habían intuido la dignidad de su alma, la altura a la que ellos mismos aspiraban, aun inconscientemente. Se reconocían en la descripción del hombre, de cada hombre, de la que partía don Giussani para emprender el camino de búsqueda del sentido de la vida. Creo que muchos jóvenes, en sus primeros encuentros con él, debieron sentir un sobresalto de alegría mezclada con sorpresa y debieron pensar para sus adentros: “¡Lo que dice este cura es verdad! Es exactamente lo que yo siento. Es la realidad que estoy viviendo. ¡Ese soy yo! A veces lo intuía, ¡pero nunca había sabido expresarlo así!”. En este sentido digo que don Giussani “tomó en serio al hombre”: se midió con la realidad humana más profunda, esa que no cambia nunca, que no va ligada a una época histórica, a una cultura o lugar geográfico.

Don Giussani supo hablar al hombre como tal, al hombre que tiene una exigencia de sentido inextirpable, que lleva dentro el deseo de vivir en plenitud cada aspecto de la vida: el amor, la amistad, las relaciones, el trabajo, el compromiso con la sociedad, etc. Ese hombre que, en último término, está abierto a una dimensión trascendente de la vida y que se siente inquieto hasta que no logre encontrar una “respuesta global” a sus preguntas, ese algo que da sentido a todo, que se presenta tan “cargado” de ser, de bien, de verdad que puede saciar cualquier deseo, que puede ser fundamento para cualquier aspecto de la realidad y que puede dar espesor a cualquier experiencia humana, incluyendo hasta los aspectos más ordinarios y “laicos” de la existencia: el afecto, la amistad, el estudio, la ciencia, el trabajo…

A ese “tomar en serio al hombre”, don Giussani unió el “tomar en serio a Cristo”. Ante sus primeros alumnos, Giussani se presentaba como un “cura con sotana”, como alguien que hablaba abiertamente y con franqueza de su fe en Jesucristo. Por tanto, nunca ocultó su identidad, su misión, sus convicciones. El descubrimiento de Jesús como centro de la historia y del cosmos, como eje de todo lo que existe y como plenitud de sentido para el hombre supuso una auténtica “fulguración” en los años de su juventud. Ese “descubrimiento” personal suyo nunca dejó de comunicarlo y anunciarlo a todos los que encontraba. Don Giussani, con gran énfasis, ponía el acento en la iniciativa gratuita y sorprendente de Dios que ha salido a nuestro encuentro, que se ha hecho “encontrable”, “experimentable” en la concreción de la vida humana de su Hijo, en la presencia histórica de Jesús de Nazaret, que permanece para siempre como un “hecho histórico”. De ahí la gran insistencia en el cristianismo no como sentimiento, como intuición filosófica de verdades sublimes o como rígida exigencia ética, sino como “acontecimiento” permanentemente presente en la historia. Dios, su realidad, su existencia, su amor, han venido a nuestro encuentro mediante la “carne humana” del Verbo hecho hombre, que sigue siendo hoy, y para siempre, concreta, “carnal”, gracias a la Iglesia, que es el “cuerpo” de Cristo, su prolongación visible en la historia. Don Giussani nunca tuvo miedo a hablar de Cristo, incluso en ámbitos no favorables al discurso religioso. Nunca tuvo miedo a decir que a Cristo se le encuentra en la Iglesia, no en experiencias solitarias de presunta “espiritualidad”. Se le encuentra en la concreción de la Iglesia, hecha de hombres y mujeres creyentes que viven juntos su fe, hecha de pastores, hecha de “Tradición” –la interpretación global de la realidad que nos ofrece el credo cristiano– y hecha de “tradiciones” –las formas históricas, litúrgicas, devocionales, mediante las cuales se expresa la fe– que don Giussani valoró y volvió a proponer sabiamente a sus jóvenes. Todo lo demás, diría, vino por sí solo. Cuando las personas descubrían en Cristo la plenitud de su existencia humana y lo acogían, casi naturalmente, por “sobreabundancia” y por “coherencia interior”, expresaban la nueva presencia de Cristo en sí mismos, en todo lo que hacían: en el mundo del trabajo, en los ámbitos profesionales o escolares, en los gestos caritativos que surgieron con los años.

Don Giussani, por tanto, supo unir “las preguntas del hombre” y la “respuesta de Dios” mostrando la razonabilidad del anuncio cristiano como pleno cumplimiento de lo humano. Su carisma de educador sabía suscitar las grandes preguntas del corazón, dando luz a las aspiraciones del hombre, y sabía mostrar cómo Cristo es la respuesta definitiva para todas esas preguntas. Y eso fascinó a miles de personas a lo largo de su vida.

Pensándolo bien, podemos ver en este aspecto del carisma de don Giussani una iniciativa providencial del Espíritu Santo que anticipaba en él algo que habría inspirado también el Concilio Vaticano II. De hecho, los padres conciliares se propusieron hablar de nuevo al hombre contemporáneo con verdad y franqueza, y proponer la permanente vigencia de Cristo. Pensemos en las famosas afirmaciones de la Gaudium et spes cuando enumera los interrogantes fundamentales presentes en nosotros: «¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?» (GS 10). Frente a estas preguntas, los padres conciliares afirman: «Cree la Iglesia que Cristo… da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación… Bajo la luz de Cristo… el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre» (ibid.). Eso es exactamente lo que hizo don Giussani toda su vida y esa sigue siendo la gran contribución que dio a la Iglesia.

La extraordinaria obra educativa y evangelizadora de este sacerdote apasionado, fiel servidor de la Iglesia, que he querido resumir con la expresión “tomar en serio al hombre – tomar en serio a Cristo”, sigue siendo un “indicador de rumbo” también hoy en la Iglesia. En efecto, la Iglesia, por una parte, corre el riesgo de “no tomar en serio al hombre” cuando lo banaliza, cuando lo reduce a sus necesidades más superficiales y acaba proponiendo así, con sus actividades, experiencias vacuas y pasajeras de emotividad religiosa, o se limita a acercarse al mundo promoviendo solamente bienestar psicológico y material para la colectividad. Por otra parte, algo todavía más serio, la Iglesia corre siempre el riesgo de “no tomar en serio a Cristo” porque lo calla, no lo pone en primer plano, reduciendo su anuncio a “valores” o “deberes civiles”, o a “normas morales” extrínsecas, llevando a veces a dar casi la impresión de “avergonzarse” de Cristo, con la falsa convicción de no deber “imponer” sus ideas, de no querer resultar “dogmática” y “arrogante” en sus propuestas.

Don Giussani nos sigue enseñando hoy a no tener estos falsos miedos, a no esconder nuestro candil, que es Cristo, bajo el celemín, sino a ponerlo bien a la vista en el candelabro de la Iglesia. Su carisma y su apostolado incansable no son solo un don para la Iglesia, sino también la contribución de don Giussani para el mundo, porque todo el mundo espera la Verdad, la reconciliación y la esperanza que solo pueden venir de Cristo. 

 

 

 

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03 de febrero de 2025